Por: P. José Manuel Sánchez Caro
Introducción
Las cuestiones relativas a la versión o traducción de la Sagrada Escritura son variadas y diversas entre sí. Este trabajo podría haberse centrado en la técnica específica de traducir los textos bíblicos y en las diversas opciones que pueden tomarse en cada caso, con sus ventajas e inconvenientes. Esta perspectiva es sin duda importante, y de ella hablan algunos interesantes estudios y ensayos bien conocidos 1
Su importancia es tan grande, que en algunas universidades existe la licenciatura específica de Traducción e Interpretación, dedicando a ello varios años de estudio. Pero no es éste mi campo de trabajo específico, aunque como tantos otros haya tenido que internarme a veces en él, sobre todo para aprender de los especialistas.
Yo he preferido moverme en el ámbito de la historia de las versiones bíblicas a la lengua española, concretamente, a la castellana. Pero no he querido presentar una historia lineal y aséptica, sino una historia que nos ayude a reflexionar y nos plantee preguntas que lleguen hasta nuestro mismo presente. De esta manera, aunque sin duda muchos aspectos de esta historia, al menos en sus líneas generales, sean conocidos por los lectores, confío en que ella quede enriquecida con observaciones críticas y sugerencias, que puedan resultarnos útiles en la tarea de interpretar la Biblia y trabajar en la pastoral bíblica, lo que hará su lectura, así lo espero, más útil e interesante. 2
La Biblia, libro para traducir, Las versiones primeras.
La primera noticia que tenemos de una versión de la Biblia es probable que sea la contenida en el capítulo octavo del libro de Nehemías. En él se describe la promulgación pública y oficial del “libro de la ley de Moisés que el Señor había dado a Israel” (Neh 8, 1). Se trata del libro de “la ley del Dios del cielo”, como en terminología persa puede leerse en la carta que Artajerjes escribe para Esdras, “escriba experto en la ley del Señor”, dando así a la ley del
Dios de Israel la categoría jurídica de ley oficial para los judíos del imperio persa (cf. Esd 7, 11-26). Por supuesto, esta ley no se identifica plenamente con lo que hoy entendemos por Escritura Sagrada. Ni siquiera sabemos del todo cuál era su contenido exacto, aunque debía de ser un texto muy próximo al actual Pentateuco. 3
El libro de Nehemías nos describe una solemne sesión de carácter litúrgico el día antes de comenzar la fiesta de los Tabernáculos, llevada a cabo delante de la Puerta del Agua en Jerusalén. Esdras porta en procesión con toda ceremonia el libro de la ley ante el pueblo allí congregado: “hombres, mujeres y cuantos tenían uso de razón” (Neh 8, 2). Y allí mismo, sobre un estrado construido a propósito, comienza a leer en voz alta, a proclamar, deberíamos decir más exactamente, la ley del Señor, mientras el pueblo se pone respetuosamente en pie cuando Esdras desenrolla con solemnidad litúrgica el rollo de la ley.
Con toda seguridad Esdras proclama la ley en la lengua sagrada de Israel, la lengua hebrea. Pero ya son muchos entre el pueblo quienes no la entienden, pues poco a poco se ha ido imponiendo en todo el imperio persa su lengua más común, la lengua aramea, aparte de las lenguas locales (cf. Neh 13, 23-24). Precisamente por eso, Esdras está acompañado de un grupo de levitas, probablemente bilingües. “Leyeron el libro de la ley de Dios con claridad, explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura” (Neh 8, 8). No es fácil interpretar esta explicación del sentido de la lectura proclamada, pero es muy probable que deba interpretarse como de la versión del texto a la lengua aramea, que era la
habitual entre el pueblo, aparte de que pudiesen glosar algunos pasajes. Así debió de interpretarlo la posterior tradición judía, que vio en este acto el origen de la proclamación de la Escritura en la sinagoga, acompañada de su versión aramea, con comentarios intercalados. Versión aramea repleta de comentarios o sugerencias para la homilía es lo que dio lugar, una vez puesta por escrito, al tárgum, es decir la versión aramea más o menos parafrástica e interpretada de la Escritura hebrea. 4
Con mucha mayor claridad podemos hablar de la versión griega de la ley de Moisés al griego, primer paso de lo que sería más adelante la versión completa al griego de la Biblia hebrea, que sigue siendo conocida como la Septuaginta, o versión de los Setenta, a partir del relato contenido en la Carta a Aristeas, del siglo III a.C. Aunque el relato en sí contiene una serie de leyendas sacras, con el fin de subrayar la sacralidad del texto griego de la Escritura judía, perfectamente conforme en todo con el original hebreo, su testimonio sin embargo puede aceptarse, en el sentido de que el Pentateuco se tradujo a la lengua griega hacia finales del s. III a.C. con la finalidad de ser leído y, quizás, proclamado en el culto por la comunidad judía de Alejandría. La suerte de esta versión, que se cierra definitivamente en el siglo I a.C., alcanza su punto culminante, cuando se convierte en la Biblia cristiana, la Sagrada Escritura de la que hablan los textos del NT. Puede decirse sin temor alguno a equivocarse, que el cristianismo ha nacido en grandísima parte leyendo la Escritura Sagrada en griego, rezando con ella en esta lengua, e interpretando la figura de Jesús y su Evangelio en esta versión y desde ella. 5
Se produce así un fenómeno singular: lo que hoy conocemos como Biblia hebrea o Antiguo Testamento comenzó a traducirse a otras lenguas (en particular al arameo y al griego) antes incluso de que el conjunto de libros formase una colección literaria completa, y mucho antes de que se acogiese como libro canónico entre judíos y cristianos. Y este mismo camino siguió muy pronto también el Nuevo Testamento, escrito originalmente en griego y traducido a partir de finales del siglo II a las lenguas vivas del momento, el siríaco y el latín entre otras. Por consiguiente, podemos decir que en el ADN de la Biblia cristiana está la disposición a ser traducida, para que pueda ser leída por cualquier persona, y se pueda cumplir el mandato de Jesucristo, de anunciar el Evangelio al mundo entero.
En esto existe una cierta diferencia con la Biblia hebrea, que, a pesar de haber sido frecuentemente traducida por judíos de diversas lenguas, conserva sin embargo la lectura litúrgica sinagogal preferentemente en hebreo. Y hay una diferencia total con cuanto ocurre en los libros sagrados de otras religiones, por ejemplo, en el Islam. El Corán nunca podrá ser oficialmente leído en otra lengua que no sea la lengua árabe original. Sólo en ella puede percibirse la voz de Dios. Lo cual muestra ya la diferente concepción de Escritura Sagrada existente entre cristianos y musulmanes: para un musulmán el Corán es la revelación misma de Dios; para un cristiano, la revelación de Dios se compendia en Jesucristo, palabra decisiva del Padre. Su Evangelio llega a nosotros por medio de la Escritura y de la Tradición viva de la Iglesia, que en el fondo es la misma Escritura tal como ha sido leída e interpretada a lo largo de la historia por la Iglesia. Es muy importante la materialidad de la letra de la Escritura. Es importantísimo leer la Biblia. Pero lo decisivo es el encuentro con Cristo por medio de la Escritura y de la acción del Espíritu, que inspiró la Escritura a los autores sagrados e inspira hoy su lectura, cuando ésta se hace en el ámbito de la Iglesia, lugar único en el que tenemos la certeza de estar bajo la acción del Espíritu Santo. Aunque, como bien sabemos, el Espíritu sopla donde quiere, y puede ayudar a comprender la Escritura y a recibir el fruto de la salvación a todo aquel que se acerque a sus páginas con espíritu de escucha humilde, mínimamente abierto a la palabra de Dios. 6
En este momento es oportuno detenernos un instante a reflexionar sobre los datos que nos ofrece la historia. Una de las constantes que pueden observarse desde los comienzos mismos de las versiones bíblicas es la pugna entre versión literal estricta, lo más ajustada posible al original, y versión más flexible, ajustada preferentemente a la capacidad de comunicar el sentido original en la lengua receptora. Bástenos aquí simplemente aludir a algunos casos, sin que nos detengamos a exponerlos con detalle, asunto que no corresponde hacer en este caso.
Recordemos en primer lugar la decisión rabínica de ajustar las versiones arameas lo más posible al original. El resultado fue el llamado tárgum de Ónkelos, frente a otros targumen palestinos, sea el Pseudo Jonatan, el tárgum Fragmentario o el tárgum Neófiti, descubierto por Díez Macho. Todos estos, que entreveran su versión con largas paráfrasis, incluso con leyendas rabínicas y pasajes de homilías clásicas, fueron retirados del culto sinagogal, mientras que sólo el tárgum Ánquelos se convirtió en la versión aramea oficialmente aceptada.
Un caso semejante sucede con la versión griega o Septuaginta a partir de la destrucción de Jerusalén el año 70, y de la selección por rabinos fariseos de un texto hebreo determinado para la Biblia judía. Frente al uso que los misioneros cristianos hacían de este texto judío, se levanta el deseo de ajustar la versión griega lo más literalmente posible al original hebreo aprobado por los rabinos fariseos a finales del siglo I. Baste aquí recordar las diferentes versiones y arreglos de Áquila, Sínmaco y Teodoción, que recogió con sumo cuidado Orígenes en sus eruditas Hexaplas, todas ellas centradas en acercar la clásica versión griega al texto hebreo seleccionado. En el fondo, esta confrontación seguirá vigente a lo largo de los siglos en casi todos los casos de versión bíblica, y permanece hoy vigente, aunque la planteemos con técnicas un poco más complejas.
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Notas al pie:-
Cf. los clásicos estudios de E. A. Nida, Ch. R. Taber, Teoría y práctica de la traducción, Madrid, Cristiandad 1986; C. Buzzetti, Traducir la palabra. [↩]
Aspectos lingüísticos, hermenéuticos y teológicos de la traducción de la Biblia, Estella, EVD 1976; L. Alonso Schökel, E. Zurro, La traducción bíblica: lingüística y estilística, Madrid, Cristiandad 1977; J. C. Margot, Traducir sin traicionar. Teoría de la traducción aplicada a los textos bíblicos.
Madrid, Cristiandad 1979); más reciente, P. Laìde, Ist die Bibel richtig übersetzt?, Gütersloh, Gütersloher Verlag 1900; Trad. italiana, Bibbia tradotte, Bibbia tradita, Bolonia, Ed. Dehoniane 2000; una visión general, en A.M Artola, J.M. Sánchez Caro, Biblia y Palabra de Dios, Estella, EVD 1992, 3ª ed. 369-375 - Lo esencial de este trabajo fue presentado en la XXX Asamblea de la ABM, celebrada en Ciudad de México en enero de 2019. Quisiera agradecer al equipo directivo de la Asociación la invitación que me hizo a participar en esta interesante asamblea, llena de saber, vida e interés. [↩]
- Andrés Fernández, Comentario a los libros de Esdras y Nehemías, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas 1950, 346-359, no es partidario de que se hable de una traducción; algo diferente, F. Ch. Fensham, The Books of Ezra and Nehemiah, NICOT, Grand Rapids, Michigan, Erdmans 1982, 214-219; L.H. Brockington, Ezra, Nehemiah and Esther, New Century Bible, Londres, Oliphants 1969, 130-134 [↩]
- Así lo interpreta el Talmud en su tratado Megillah 3a. Sobre el origen legendario de la tradición acerca de la Gran Asamblea o Gran Sinagoga, punto de partida de la sinagoga y de la tradición judía, pueden verse los textos recogidos por L. Ginzberg, The Legends of the Jews, Filadelfia 1968, IV, 359; VI, 56. Sobre estas traducciones arameas y sus modalidades, así como sobre los escritos que de ellas nos quedan y su importancia, véase el trabajo básico de A. Díez Macho, El Targum. Introducción a las traducciones aramáicas de la Biblia, Madrid, CSIC 1979; y la exposición más actualizada de M. Pérez Fernández en G. Aranda/ F. García Martínez/M. Pérez, Literatura judía intertestamentaria. Estella, EVD 1996. [↩]
- Cf. N. Fernández Marcos, Septuaginta. La Biblia griega de judíos y cristianos, Salamanca, Sígueme 2014, con amplia bibliografía. Bajo la dirección del mismo profesor se ha concluido recientemente la versión castellana de la Septuaginta, La Biblia griega. Septuaginta, 4 vol., Salamanca, Sígueme 2013-2018. [↩]
- Cf. Verbum Domini 109-110; sobre la diferencia entre Biblia y Corán, cf. J. Jomier, Biblia y Corán, Madrid, Razón y fe 1966; F. Timón, El Corán y la Biblia, Madrid 2003; E. González Ferrín, La palabra descendida: un acercamiento al Corán, Oviedo, Ed. Nobel 2002. [↩]